lunes, 2 de marzo de 2015

Espiritualidad y emoción: el rezo de la mente

Como hemos indicado en publicaciones anteriores, la espiritualidad musulmana es exigente y toca, a través de sus enseñanzas, todas las dimensiones de la vida. Empieza en el mismo momento en el que somos conscientes de la responsabilidad humana ante Al·lâh y ante la humanidad, al hallar en nosotros esa “necesidad de Él” a la que ya nos hemos referido. La vuelta a uno mismo provoca aquel sentimiento de humildad que caracteriza al ser humano cuando está ante Él. Esta humildad debe extenderse amplia y profundamente a todas las áreas de la vida: tendrá que haber una lucha personal contra la autocomplacencia, el orgullo y ese deseo pretencioso que el humano tiene por tener éxito solo, utilizando todos los recursos que le sean necesarios para tal fin (a nivel social, profesional, político e intelectual). Y esta lucha tendrá que enfrentarse en cada etapa del trabajo del ser. Este verdadero trabajo espiritual va más allá del marco de la práctica ritual y religiosa o de los escasos momentos de contemplación; porque sus efectos deben ser visibles en todos los aspectos de la vida diaria: pues deberán notarse en la forma en que tratamos nuestros cuerpos, en la que administramos nuestras posesiones, en la que llevamos a cabo nuestras actividades profesionales, en la que vivimos con los demás y en la que interactuamos con la creación como un todo. Todo ello invita a aquellos que reflexionan sobre los signos y en quienes mora “la necesidad de Él”, a distanciarse del olvido y de la arrogancia. Los musulmanes devotos viven incómodos porque sienten una disyunción entre su práctica religiosa y espiritual y el estilo de vida pública y profesional al que se les arrastra. La discusión teórica sobre “el carácter holístico” del mensaje del Islam forcejea por reavivarse en la práctica: aquí es donde tiene lugar una ruptura, y la gente mantiene dos existencia casi paralelas: una en sus prácticas espirituales y la otra en una vida que, consideran, ha de ser más activa. La gente no sabe muy bien cómo hacer de su espiritualidad un ente dinámico y efectivo en las áreas de su vida diaria. Y la oposición de estos dos parece tajante. Pero podemos empezar a dar respuesta a esto encontrando objeciones a lo que acabamos de describir: la conciencia islámica debe construir una reciprocidad entre el estado del corazón y la naturaleza misma de nuestras acciones; y seguir, al mismo tiempo, estando habitados por “la necesidad de Él”, convencidos de la obligación de mantener la humildad en nuestros actos y dentro de la vida profesional y social. El enlace entre ellos (conciencia, corazón y acción) debe ser algo íntimo y muy personal y debe expresarse en la forma en que inspiramos, vivimos y entendemos nuestras acciones: ¿Lo vivimos mediante el recuerdo de Su presencia o por el olvido de esta?, ¿a la vista de Dios o solo a la de los seres humanos?, ¿para agradecerle o para impresionarles?, ¿para que te sea reconocido Su amor o para que ellos te reconozcan? Así es como se expresa la espiritualidad activa, y la división entre los espacios públicos y privados de las sociedades secularizadas no nos impide su ejercicio, por lo que nuestra espiritualidad es capaz de inspirar nuestra forma de estar y actuar bajo cualquier circunstancia.

Tendremos que añadir a este estado de recuerdo y humildad otra dimensión muy concreta de la enseñanza espiritual que requiere del establecimiento de un vínculo constante entre las exigencias de la conciencia y las elecciones que tenemos que tomar en nuestras vidas. Las tres preguntas fundamentales (¿cuál es mi intención con esta acción?, ¿cuáles son los límites que mi moral establece?, ¿cuáles van a ser las consecuencias de mi proceder?) cambiarán, no solo nuestra manera de ser, sino también la de existir. Nuestra espiritualidad debe ser inteligente y activa y hacer que estemos siempre atentos a los aspectos aparentemente “neutros” de la vida, ya que a veces pueden tener consecuencias éticas muy serias. Pues cuestiona nuestro enfoque con el consumo: la procedencia de los alimentos, la forma de su producción, la observación de los aspectos comerciales, la forma en que se trata y sacrifica a los animales y las implicaciones económicas y sociales de nuestro consumo. Debemos ser cada vez más conscientes de todas estas cuestiones: la forma en que les demos respuesta transformará la energía espiritual, acallada demasiado a menudo en los rituales y encerrada en una espiritualidad que se ha convertido en algo mecánico; para transformarla en una espiritualidad activa, inteligente, responsable, que irradie a quienes nos rodean. Si el mensaje del Islam tiene de verdad un carácter englobador, su mensaje espiritual debe extenderse hasta alcanzar el horizonte donde el sentimiento humano y las exigencias éticas se enlazan en la acción. Se debe aplicar lo mismo a nuestra labor profesional: plantear las tres preguntas no supone nunca considerar cualquier trabajo como “imparcial” a nivel ético, por muy científico y legítimo que parezca. Trabajar para multinacionales que saquean el planeta, en la industria armamentística que solo produce muerte o para los bancos que dan fuelle a un orden económico asesino, nos tiene que invitar a la reflexión, porque cuestiona nuestra fidelidad a los valores que guardamos. Y más allá de estas preguntas básicas, la forma en que la gente se ocupa de su trabajo, se identifica con él y lleva a cabo sus responsabilidades para cumplir con las reglas de la mejor forma posible; todo forma parte de un compromiso espiritual activo y consecuente con el que debería ligarse la conciencia de cada cual. Diremos lo mismo de la forma en que pasamos nuestro tiempo libre y disfrutamos de nuestro descanso. En occidente, y más que en cualquier otro sitio, el uso que hagamos del tiempo libre y del entretenimiento es un ejercicio espiritual que nos ayuda a mantenernos en armonía. Esta actividad holística y multidimensional está destinada a influir las relaciones que se establecen entre las personas. La práctica de esta espiritualidad debería hacerse visible en el corazón de nuestras sociedades. Fomentar la humildad en nuestro ser y mantener la conciencia ética despierta significa, como es natural, estar atento a las relaciones humanas, incluso en sus detalles más nimios. Esta vida, llevada con una intención constante de estar en diálogo con Dios y con nuestro ser, debería enseñarnos a escuchar y a mantener el diálogo con los otros. Algo que reformará, como es natural, las relaciones que vemos establecidas, demasiado a menudo, en las comunidades islámicas. Relaciones que se basan en los juicios y en el rechazo del Otro, en la rivalidad y en las luchas por el poder. Hay poca escucha, poco diálogo, poco silencio afectivo.

A nivel más global, las barbaridades y atrocidades contra la humanidad, que se cometen en nombre del islam demuestran que la práctica y el ritualismo casi exagerado no son suficientes. Resultando contraproducentes ya que conllevan en muchos casos la autocomplacencia de un ser que no se trabaja a través de la salât. Y que solo busca la pertenencia e identificación con un colectivo que identifican con "islámico." 

Es lo más parecido a regar un huerto en el desierto. La sola dedicación al rezo nada dice si no hay una comprensión del terreno sobre el que se efectúa. 

Las enseñanzas espirituales del Islam nos hacen abrirnos a la universalidad humana y, debido a su naturaleza, crean puentes para el encuentro con mujeres y hombres de otras confesiones, incluso con los humanistas, agnósticos y ateos que se preocupan por los valores humanos, éticos y por el respeto del universo. No cabe duda de que muchas personas, aun sin ser musulmanas, se reconocerán en las líneas que preceden, y debemos entablar diálogo y compartir acciones en base a estas consideraciones. Cuando se alcanzan estas dimensiones, el encuentro es posible y fructífero, y nuestras sociedades nos demuestran a diario que es esencial el que participemos en conjunto. 

Hemos intentado aquí, lejos de las modas y de las tentaciones de reclusión, describir las exigentes características de la espiritualidad islámica, que irradia desde el eje del Tawhîd y llama a los seres humanos a que, además de sus prácticas religiosas y de su meditación, permitan la percepción de Su Presencia y de Sus preceptos morales para que brillen en todas las áreas de nuestra vida. Esta espiritualidad, que hemos definido como responsable, activa e inteligente, inspira conciencia en el mismo centro de la vida y de la sociedad y se presenta, ella misma, como un misticismo diario, un sufismo aplicado, que lleva a los individuos a aprender a manejar el rumbo y el contenido de sus actos, en vez de dejar que otros actúen sobre ellos. Tanto la humildad, que alimenta el corazón, como la ética, que dirige el espíritu, posibilitan a la mente abrirse a otro orden, una especie de rezo continuo, en el que, siendo consciente de sus limitaciones, sirve al bien como le sea posible: el rezo de la mente.

Muchos hombres y mujeres dejan en nuestros días las asociaciones islámicas porque llegan a un punto donde sienten que les falta algo, que hay una latente falta de espiritualidad. Esto es lo que sucede con frecuencia, y es algo que cambiará con un esfuerzo constante y renovado en la aplicación de las enseñanzas a las que nos acabamos de referir. No se tratará siempre de decidir si recorrer este camino en soledad, ¡más aún cuando muchos presentan sus humildes retiros con tanto orgullo y arrogancia! Por el contrario, la espiritualidad islámica nos instruye en la fragilidad, en el esfuerzo, en el servicio: pues estar con Al·lâh es reconocer nuestras limitaciones, conocerlas, y servir a las personas, entre las personas.

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